Dibujando tus movimientos


Entre piedra y piedra está tu amor cansado, ese que yo he desquiciado de palmo a palmo, pidiéndole una sonrisa remota para mis tardes violentas. He recurrido a modos inciertos e infalibles, pero nada me ha traído de vuelta la ilusión de tus pupilas. Ni un hallazgo, ni un verso mal dicho, me han permitido el eclipse de tu silencio, la ruta ávida de tus manos fugaces. No hay emoción posible para esta piel perdida, que tus manos mustias labraran a fuerza de golpes secos, no hay palabra ni coraje, sino tu espalda marchándose por otra tarde, por otro tiempo, en que le obligara ciega la ausencia.


Y aquí estoy yo, nerviosa, titilante, esperando sembrar en tus durezas unos brotes de amor sabido. Me entrego a la incertidumbre nocturna de florecerte en los goznes un hilito tierno, un pálpito que aclare tu mudez celosa. Si un puente no bastara para inquietarte el insomnio, busco una escalera en que treparme por tu espalda, y besarte los doce lunares que traes sin que lo sepas, y que devoraría incipiente de no ser por tu muralla gélida. No hay ecos febriles que me desborden el alma, ni anhelos silvestres para mi tarde ensimismada, apenas un obstáculo indescifrable, una herida porosa que me araña el reflejo, mis sonidos sordos, principiantes.


Si acaso volver atrás y anudarme esta lengua, hicieran de mi ascenso un precipicio acuoso, yo volvería, bien sabes, a aquietarme las ansias con tu olvido fácil. No hay demora, apenas tu vida entrándome por la garganta. Déjame alcanzarte, aunque no quieras voz ni letras. Hay raíces con las que no puedo quedarme.

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