Un puerto de luces apagadas



Sabía muy bien que ella lo quería igual, aún con sus inestabilidades, aún con sus luces de crepúsculo, si bien de a poco la noche se le cerraba encima y el negro le entraba por las pupilas y tenía que cerrar los ojos para poder ver, quedarse ciega por un rato para poderlo mirarlo como quería, sin finales abruptos, sin desarmarse, sin cenizas ni rojos, ni fisiología de matices.

Le hubiera gustado regalarle un pedazo suyo como recuerdo, una ofrenda sencilla, pero ya la tenía entera, pies, abdomen, cabeza, la línea del cuello y los ojos, un poco también del alma que seguro se escondía en los ojos, la tinta de la lapicera con las palabras adentro, pero sobre todo los ojos.

Pedía escuchar una respuesta a ese grito desesperado, al menos un mensaje pintado con un lenguaje absurdo, no un lenguaje de palabras, mejor era una melodía, unos labios apenas torciéndose en una sonrisa, una búsqueda con las manos, o en su defecto otro grito desesperado que le confirmara que el silencio no era para siempre.

Había que volver al reposo, al pensamiento curioso, a las sugerencias lentas y provocadoras. Pero siempre volver, después de alejarse volver, volver para no irse del todo, o irse un rato para volver sin quererlo, para quererse sin ir y volver.


Deshacerse de la amígdala, de todo ese sistema límbico y yacer sin susto ni reacción ni amenaza, ni esa desazón impostergable, con el sistema inmunológico entrenado para otro tipo de enfermedades, otro tipo de dolores que no eran necesariamente físicos.



Quisiera mirarte al revés
y besarte en la punta de la nariz.
Intrínseco.
Necesito costura y cocción.
Coserme y cocerme.


::toda una noche se quedó en mis manos tu risa de espejos::

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