Una serpiente de muchas cabezas


Sentía que perdía un trozo de mi, como las líneas de puntos suspensivos. Nada al otro lado. Nadie. Me dediqué a cuídarte los pasos, sobrevolando tus cambios de dirección, tus días grises y los silencios en blanco y negro que aún cuelgan de aquellos pasillos. Guardé tu nariz, tus sueños, todo el tiempo que tarde en borrar tus cuentos de mi piel.
Perdí la cuenta de tus mentiras, de tus -yo te llamo-, de los -tardo cinco minutos, no te enfades-, y de ése montón de cosas que sólo hacían más evidente la nada que había entre nosotros. Escondí mis cartas para evitar que supieras todo lo que me estaba jugando.
Te regalé miradas, sonrisas, abrazos, aplausos y sombras. Dejé que volaras lejos, tan lejos que perdiste el camino de vuelta, y supe que echarte de menos sólo era una forma más de vivirte. Todo se pasa, aunque a ti te parezca imposible.
Las cosas sólo nos sirven para aprender, para querernos de forma distinta, para ver que no somos los mismos.

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